Sábado. Despierta el día seis del paro. La cotidianidad de la calle por la que transitan los habitantes en sus carros, buses y bicicletas se torna distinta.
Hay un silencio ensordecedor. Triste. Lleno de zozobra. Camino por unas calles que parecen ajenas, la gente está más prevenida de lo que su idiosincrasia le deja ser. Camina desconfiada, asustada. Es el pánico que ha enrarecido el ambiente en estos días en Duitama, una ciudad que según datos oficiales cuenta con poco más de ciento diez mil habitantes, pero esta cifra se incrementa paulatinamente gracias a la ola migratoria del desplazamiento forzado y a la situación económica de los últimos años. Sus gentes están dedicadas a la actividad industrial y comercial, pero al ser el puerto terrestre más importante del oriente colombiano, predomina el sector transportador.
El pasado jueves 24 de agosto, en horas de la tarde, la Cámara de Comercio recomendó cerrar los establecimientos comerciales. En ese instante muchas de las tractomulas que llevan manufacturas, hierro, cemento y productos de la mezquina "locomotora minera", sobretodo caliza y carbón; y también camiones que abastecen las centrales de abastos de Bogotá y el país, rodaban por las calles manifestándose por el irresponsable y reiterado incumplimiento de las autoridades gubernamentales para regular fletes, costos de insumos y el elevado precio de la gasolina. También por el costo de los peajes, que supuestamente son para financiar carreteras y concesiones, pero que terminan siendo el botín de los corruptos a nivel departamental y nacional.
Las personas que viven en las veredas sufren una paradoja: son hijos de la misma tierra y de los mismos ancestros campesinos quienes están comprometidos protestando en la carretera, y quienes a nombre de la oficialidad los reprimen. En cada uno de los corregimientos, veredas, pueblos, municipios y ciudades de Boyacá, la vocación agrícola entró en crisis, y no les queda más remedio que hacerse escuchar irrumpiendo en la falsa tranquilidad de las vías públicas; y esos campesinos que votaron por la clase política tradicional, entienden ahora que son los primeros traicionados, las primeras víctimas, de la entrada en vigor del Tratado de Libre Comercio con los Estados Unidos, y que aún falta el de la Unión Europea.
Es claro que al campesino boyacense por un bulto de papa le pagan 40 mil pesos, y ese mismo bulto el intermediario lo vende en Bogotá a 150 mil. Pero al campesino productor sólo le queda el cansancio y la frustración de no lograr subsistir. Y a sus hijos menos. Su vida está amenazada, y su dignidad está al vaivén de las falacias de las bonanzas económicas auspiciadas por los gobiernos desde hace veinte años. Los gobiernos sólo han beneficiado a grandes mercados, y los campesinos, a fuerza de represión, están entendiendo que el mundo es "ancho y ajeno" y con "el Cristo de Espaldas", están como siervos sin tierra, como lo describiera Caballero Calderón en los años cuarenta del siglo XX.
En medio de la exasperación, también están los estudiantes de la UPTC protestando y manifestando su inconformidad ante la delicada situación y su panorama. La protesta se extendió en la noche del jueves 22 de agosto al centro de la ciudad, a la Plaza de los Libertadores -lugar de la concentración- y fue recibida con la ya excesiva fuerza del Escuadrón Móvil Anti Disturbios, ESMAD, y con el estallido de sus bombas aturdidoras, que sumadas a intereses ajenos a la protesta legítima, buscaron desviar completamente las reivindicaciones de los derechos de la sociedad boyacense.
El viernes 23 agosto, la respuesta de la alcaldesa -que estaba ausente por estar en una capacitación en Valledupar-, fue decretar el toque de queda entre las siete de la noche y las cuatro de la mañana del lunes 26 del mismo mes, así como aumentar el pie de fuerza y suspender toda labor académica en todos los establecimientos educativos, así como las actividades del Palacio de Justicia por la ruptura de unos vidrios.
Hoy sábado es distinto. Como todos estos días, los bancos cerraron. No hay suministro de gasolina, la comida escasea, es casi imposible entrar o salir de la ciudad, el transporte urbano es inexistente, y el intermunicipal, que diariamente mueve a gran parte de los trabajadores -tanto en el departamento como para Bogotá-, cesó operaciones desde el primer día del paro en esta tierra cuna y constructora de la libertad de Colombia.
*Politóloga de la Universidad Nacional de Colombia
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