lunes, 19 de agosto de 2013

El "futuro" que no debe volver

Por: Cristian López*

Han pasado 23 años desde que la clase política tradicional en Colombia nos vendió la idea del inevitable ingreso al futuro; y así fue, el problema es que no nos explicaron -por conveniencia o por vergüenza- de qué futuro se trataba.


Desde este 19 de agosto –día en que inicia el Paro Nacional Agrario- el país recordará porque las calles pueden cambiar la historia del futuro y del presente; por ahora, nos limitaremos a describir con algo de histrionismo la versión de los que viven felices el futuro que nos vendió el neoliberalismo y de los que queremos de-construirlo para hacer un presente más digno; que cada uno se identifique y tome su lugar.

El futuro que logramos

“Y se abrieron de repente las puertas de la patria, algún costo en sangre tuvo, pero valió la pena, pudimos empezar a comprar autos Renault y Ford con mayor variedad y en diferentes formas de crédito; empezamos a conseguir todo importado y de mayor calidad, aumentó considerablemente la variedad en productos y de manera proporcional aumentó nuestra libertad para elegir qué comprar, palabras más palabras menos, fuimos mas libres que nunca.

Nuestros amigos de cocteles y cenas en Europa y Estados Unidos pudieron venir más seguido, ya no sólo a visitarnos sino ahora a compartir negocios con nosotros, eso nos permitió reducir personal y potenciar nuestras relaciones comerciales con bancos extranjeros de mayor confiabilidad.

La excesiva participación del Estado en la economía tenía mal acostumbrada a la gente a vivir de “lo publico”, las empresas no eran eficientes, derrochaban recursos, y no cobraban por el agua -como si fuera de todos- el ingreso al futuro permitió que se liquidaran y vendieran todas las empresas en manos del Estado, lo que les brindó confianza y competitividad; se expulsaron algunos trabajadores de planta pero se recontrataron por meses, lo que le dio mayor versatilidad y eficiencia al manejo de los recursos, en pocas palabras, lo hizo mas rentable.

Ahora el que no trabaja es porque no quiere, la flexibilización laboral permitió nuevas formas de contratación que ampliaron las posibilidades laborales de nuestros jóvenes, quienes de acuerdo a sus capacidades pueden elegir entre trabajar en un Call Center en Bogotá o ser meseros emprendedores en Mc Donalds.

El ingreso de productos y capitales extranjeros sumado a la venta de lo público, permitió que la competencia aumentara la productividad y así nuestro país tuviera una explosión de tecnología y progreso, nuestras casas se llenaron de buenos televisores y ahora cada uno tiene su IPhone y su Samsung Galaxy. El arroz que vendían los tolimenses y huilenses no servía para hacer Sushi, por eso nos alivió conseguir arroz oriental que nos permitiera amenizar con categoría nuestras fiestas de beneficencia. Nuestros hijos ya no se tienen que preparar para administrar lo público porque por suerte ya no existe, no se forman para ser los empleados sino para ser los exitosos empleadores de las empresas que nosotros, la gente de bien, les heredaremos.

Se invirtió en presupuesto militar lo que nuestros héroes merecen, se les compraron aviones, equipos de alta tecnología y demás elementos que nos permitieron, al fin, viajar con tranquilidad a nuestras fincas y a nuestros cultivos de palma; no faltó el vago que salió a decir que estaban matando inocentes para presentarlos como guerrilleros y bandidos, por Dios, cada vez que voy los encuentro cuidando mi finca, y a mi –y a todos mis vecinos- nos tratan de maravilla.

Hoy algunos quieren devolvernos al pasado, quieren reconstruir lo público, vuelven a tapar las calles, quieren oponerse al desarrollo pidiendo sembrar papa en vez de palma, claro, no entienden de bolsas de valores ni de valores en el mercado, la ignorancia es atrevida y no agradecen el futuro que construimos para ellos. Por suerte tenemos una fuerza pública comprometida con el desarrollo que no nos dejará ocupar las plantaciones de palma y/o bloquear ninguna carretera, y que en ultimas, conservará incólume la confianza inversionista.

Por eso, mientras el Estado conserve nuestra Fuerza Pública –acá lo público si es rentable para el progreso- no tendremos de que preocuparnos, que sigan alegando en la Habana y en el Catatumbo, que nosotros acá seguiremos defendiendo la libertad de ser exitosos y seguir viviendo el futuro que nos llegó en la década del 90. Por eso éste 19 de Agosto quédese en casa, si el futuro no le ha llegado en 23 años seguro estará pronto a tocarle la puerta.”

El futuro que nos engañó

Así estamos hoy, desempleados e indignados, nos vendieron por la fuerza del engaño una verdad que muchos sospechábamos pero que pocos creíamos, sonaba tan bien: “se abrirán las puertas del progreso, nuestra patria saldrá del atraso y el subdesarrollo”, y en efecto, las puertas se abrieron para algunos pero para las mayorías se cerraron en las narices, claro, no nos avisaron que había unas vacantes reducidas en el futuro, los demás seríamos subcontratados por el desarrollo.

Las empresas que otrora eran orgullo del país fueron vendidas dizque por ineficiencia, lo que los colombianos les confiamos para que administraran, terminaron vendiéndolo en un abrir y cerrar de ojos, y cuando volvimos a parpadear el país no tenía nada, bueno si, estábamos inundados de carros y arroces extranjeros, pero nos habían condenado a la informalidad y el hambre.

Así como cuenta la historia de los indígenas que se encontraron frente a frente a los españoles, los segundos le ofrecieron la biblia a los primeros con la condición de que cerraran los ojos para recibir a Dios, cuando abrieron los ojos de nuevo teníamos la biblia y los españoles se había llevado todo el resto.

Algunos lo advirtieron pero pocos creyeron, por ejemplo, que entrar al futuro implicaba presenciar el vergonzoso desnudo del Estado colombiano que abandonaría su responsabilidad con la salud, la educación, el empleo, la vivienda digna y que lo único que no abandonaría sería lo que le ha permitido seguir existiendo tal y como lo conocemos hoy: las fuerzas militares, de policía y un sistema judicial modernizado no para prevenir sino para castigar con mas fuerza –a los que le conviene, por supuesto-.

Nuestros campesinos rápidamente empezaron a perder la pelea en la mal llamada “libre competencia”, hoy le tienen que comprar las mismas semillas que ellos producen a las empresas gringas que dizque las “mejoran genéticamente” cumpliendo los “requisitos legales para su consumo”; a las comunidades olvidadas desde siempre no les ha quedado más opción que cultivar coca, la misma que los dueños del país persiguen en los campos pero que consumen entre licores importados en sus juergas y cocteles. La presencia del Estado en esas zonas se redujo a los batallones de “la única empresa publica rentable y honorable: el ejército”, y a las costosas fumigaciones con glifosato gringo, esparcido por pilotos gringos, en aviones gringos; los mismos que en sus horarios laborales fumigan la coca y en sus ratos de ocio la transportan a Miami.

Nos fuimos quedando sin algodón, sin arroz y sin café, no por falta de capacidades para producirlas sino porque la desprotección del gobierno que nos puso a competir con los dueños del mundo, fue llevando a morir de hambre al campesino, ya no se justifican los caminos de 8 horas en mula para sacar una carga de plátano o de papa, ahora el mismo producto llega desde E.U o China a mitad de precio y en empaques mas coloridos.

Los hospitales motivo de orgullo durante muchos años, fueron cerrando lentamente bajo la misma excusa: “no era saludable acostumbrar a la gente a recibir nada gratis, mucho menos la salud”, y ahora tenemos lo que ellos en su humor negro llaman “el paseo de la muerte” que al comienzo pensé que se trataba de las procesiones para conseguir trabajo, pero no, se refería a toda la gente que por falta de recursos muere en la puerta de los hospitales o en los pasillos de los mismos. Hoy nuestros estudiantes de medicina no pueden practicar en el San Juan de Dios, se tienen que conformar con los maniquíes que sobraron de las empresas textiles que también quebraron en la desigual competencia con nuestros vecinos del norte.

Las Universidades han ido ganando autonomía, autonomía para asumirse en quiebra, vender sus edificios y privatizarse, nuestros jóvenes –los pocos que pueden entrar a una Universidad- ahora tienen que aprender lo que le conviene a los saqueadores de nuestro futuro, y además, tienen que endeudarse de por vida para poder hacerlo. Los otros jóvenes –la mayoría- que no pueden pagar la Universidad, ni tienen “capacidad de endeudamiento” ni siquiera para pagar la libreta militar, pueden abrirse paso en la carrera de las armas: “la única empresa publica rentable”. Cómo cambia el concepto de honradez en el futuro, antes el honrado trabajaba, ahora el honrado apunta a sus compatriotas.

Sin soberanía alimentaria –y de ningún tipo-, sin empleo, importando todo lo que tenemos la capacidad de producir, persiguiendo a nuestros campesinos dizque por narcotraficantes o por terroristas, endeudando a nuestros jóvenes para que puedan estudiar y ahorrar para irse del país. En pocas palabras, estamos viviendo un futuro sin futuro, al menos sin el futuro que quisiéramos para nosotros y nuestros hijos. Sin embargo, como lo dice el refrán popular –que por suerte no ha sido robado y revendido por Monsanto– “no hay mal que dure cien años ni cuerpo que lo resista”, y por eso, el país ha empezado a agitarse.

Santos dice en la Revista Semana que "El Estado tiene que hacerse sentir, hacer respetar su principio de autoridad y en eso no podemos transigir"; ojalá que el Estado se hiciera sentir resolviendo el problema de infraestructura en las Universidades, rescatando los hospitales abandonados y liquidados, protegiendo la industria y la producción nacional, guardándonos de competencias desiguales con países extranjeros, reduciendo el gasto militar para reinvertirlo en necesidades sociales, en fin, ojalá que hiciera respetar su principio de autoridad no con el ESMAD sino con la inversión del presupuesto en el futuro de todos.

Por desgracia el libreto del Gobierno Nacional parece ser el mismo de los últimos 60 años, se ampara en la Constitución para repetir que “respetan la protesta social… siempre y cuando no se pare la producción, no se tape ninguna calle, no se falte al trabajo, y en lo posible se haga en silencio, con banderas blancas que ojalá incluyan algunas reflexiones sobre lo malo que es protestar”.

Parece un libreto de comedia, lo sé, pero así es el futuro en el que vivimos, da risa, cuando no rabia. Ahora nos ha empezado a dar rabia, y por eso, a ellos les ha empezado a dar miedo. Por eso salimos a las calles a los paros, con los trabajadores de hospitales, con los educadores y estudiantes, con los campesinos indignados, con los paperos y cafeteros, con los sin futuro, con los sin presente. a exigir que se pare el presupuesto para la guerra y se destine a la salud y la educación, a combatir la paz neoliberal y a construir la paz con Justicia Social, porque sólo juntos y en las calles forjaremos las alamedas de una democracia real que nos abra el camino a un verdadero futuro para todos.

*Politólogo de la Universidad Nacional de Colombia
Twitter: @CristianUNAL

Twitter: @LaTribunaCol

No hay comentarios:

Publicar un comentario