lunes, 29 de noviembre de 2010

Hipocresía a la carta - Jackeline Salazar


Jackeline Salazar

Vaya escándalo el que se ha armado con la puesta en evidencia sobre la forma en la que el Gobierno estadounidense usa el espionaje para mantenerse atento y vigilante sobre lo que hacen los líderes y funcionarios más influyentes e importantes del mundo. Las indignaciones, reproches, amenazas y golpes de pecho están a la orden del día. Todo un teatrino de esos que la política sabe montar muy bien. 


Por favor dejemos de ser hipócritas.  Aceptemos que el espionaje no es una novedad, es un secreto a voces desde hace siglos, un fenómeno que los políticos conocen y dominan muy bien, y muchos de los civiles comunes y corrientes como usted o como yo ya conocíamos o al menos empezábamos seriamente a sospechar. 

Quizás la novedad en esta ocasión es que existe una fuerza probatoria que antes sólo se quedaba en la mera sospecha y en la certeza de algo que siempre resultaba intangible y por tanto, muy fácil de negar para quienes hacen del cinismo su estilo de vida cotidiano. Pero por favor aceptémoslo, ¡esto no es nada nuevo!

Si aún usted no se convence, entonces pregúntese como es posible pensar que Estados Unidos; el imperio, la meca del capitalismo, el ejemplo de democracia y de la lucha antiterrorista; no tenga una empresa criminal privada, si nada más Colombia con todo y su tercermundismo la tiene, y al igual que allá, al servicio del Estado.

Es más, si todavía no le queda claro, entonces cuestiónese a un nivel más básico: ¿Si existe gente interesada en espiarle la vida a sus vecinos, familiares, amigos y enemigos, por qué los grandes países (y los pequeños también) y no iban a hacerlo, cuando detrás existen cantidad de intereses y dinero? No hagamos tanta bulla entonces.

La realidad que quizá no sabemos o que en ocasiones deseamos olvidar es que vivimos bajo el modelo del panóptico que fue descrito por el filósofo francés Michael Foucault, un lugar alto, con una visibilidad de 360 grados, desde donde podemos observar a los demás, tener una visión completa de sus actos y de sus más recónditos movimientos y gestos.  

Eso es algo que nos encanta y que pareciera ser inherente a la condición humana, nos fascina auscultar lo que hace el otro, tratar de desentrañar todos sus secretos y lo que sucede en su vida y en su intimidad, ¿No son acaso las redes sociales y los ‘realities’ prueba de ello? ¿No nos prestamos a diario al juego de mirar a los demás, pero además ponernos en el estrado para ser mirados? Nos encanta poner los ojos en los demás, y sentir como una infinidad de ojos desconocidos se posan sobre nosotros.

En ese sentido, mejor no digamos nada, eso es lo que somos, eso es lo que hemos permitido, lo que nos heredaron y hemos heredado, más bien preocupémonos sobre cómo sobreponernos a esto, cómo dar un nuevo giro y unos nuevos valores a lo que somos como especie, cómo acabar con esa morbosidad que se nos ha adherido de forma parasitaria, porque el escándalo de Estados Unidos nos ha dejado claro que es el mundo entero, sus creencias y su moral la que falla. 

Ah, y además también nos ha confirmado otro fuerte temor que desde hace décadas también nos acecha: que la democracia no es más que la gran falacia política de la modernidad y que el poder jamás dejara de ser venenoso.

Editora de Diario Crítico Colombia

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